La historia de las alcachofas es una historia de dioses griegos, de paladares italianos y de casas reales del siglo XVI. Los primeros les otorgaron poderes afrodisíacos y una historia relacionada con el dios Zeus –cuenta la leyenda que éste sedujo a una joven para después convertirla en alcachofera–, los paladares italianos la introdujeron en su dieta ya en el siglo XV, y la alta alcurnia del XVI se dio cuenta del tesoro que escondían en su interior. Y es que Catalina de Médici se enamoró perdidamente de los corazones de alcachofa, tanto que se los dio a probar al rey Enrique II de Francia cuando se casó con él.

Esto no es una lección de historia, es una lección de gusto. Y es que esta reina, de sabio paladar, supo apreciar el producto que nos atañe: la alcachofa sin artificio, limpia, sabrosa y tierna. Porque cuando se habla de alcachofas, más vale ser honestos. Este producto no admite juegos en la cocina, sí versatilidad, pero siempre con respeto. Ahora, cuando la alcachofa es buena, pocos aderezos hacen falta. En Santa Rita lo saben bien; esta brasería con influencias del mundo tiene muchos platos estrella, precisamente porque siempre tienen esa consideración con el género, aún haciendo uso de la fusión. Pero quizá el más espectacular es su alcachofa confitada al carbón. Una alcachofa hermosa, de un tamaño considerable, muy limpia –no vas a encontrar ni una hoja dura– y tierna. Y simplemente la ponen sobre sus brasas de carbón, una técnica en la que son expertos –toda su cocina sale de esas brasas– a pesar de su complejidad. Y es que el fuego no tapa sabores, al contrario, los realza, así que la alcachofa buena se convierte en magnífica. Este cocinado le aporta un toque ahumado que contrasta con el final dulce de su carne.

Y de las brasas al plato, donde la sirven abierta con un chorrito de aceite y un poco de sal. Sencillez digna de un banquete real.

Precio: 12€ (3 unidades).